domingo, 16 de agosto de 2009

LLuvia de dolor

Llueve afuera y en mi corazón
llueven lágrimas amargas de dolor
de tristeza y desazón,
lentas y pesadas caen por mi rostro
para caer finalmente, derramándose
en mi destrozado corazón.

Llueven amargamente lágrimas de mis ojos
y las nubes lloran con gotas de desesperación
porque sienten el sufrimiento que hace presa de mi,
causándome el mayor dolor.

Dulce criatura, amada niña mía,
¿por qué te has ido?
¿por qué te has marchado dejándome malherido?

Ya no oiré tu dulce voz llamándome en susurros,
ni disfrutare de la ternura de tu maravilloso rostro,
ni volveré a cegarme con tu brillante mirar,
ni podré volver la vida a disfrutar.

Sigue lloviendo y yo maldigo,
con odio decidido
a un injusto Dios,
que celoso de un mortal
decidió llevarse a la más bella estrella
y negarme al no tenerla la existencia y el poder amar.

¡Lo maldigo mil veces, malherido!

¡Maldito seas, Dios, maldito!

Ya no temo tu represalia eterna que por maldecirte recibiría
ya que mayor sufrimiento no me pudiste dejar que el no poder sentirla y oirla respirar.

Y sigue lloviendo mansamente en mi pobre corazón
porque desesperado advierto que el no sentirte aquí conmigo
es el mayor y más triste de los castigos.

Y me doy cuenta, amargado, que ya ni el agua,
ni el aire, la fe o la razón me sirven,
porque lo único que me valía era el haberte conocido
y ahora mi tormento es por siempre el haberte perdido.

¡Ya sin ti de nada me sirve el haber nacido!

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